Antecedentes: panorama general de la Época Moderna

El termino MODERNIDAD fue creado por los historiadores para distinguir esta etapa de la anterior llamada” edad media”    a la que los humanistas  del renacimiento  consideraban como un tiempo oscuro que mediaba entre la antigüedad clásica y su época. En  esta unidad vamos analizar la Edad Moderna como un etapa de transición entre el mundo medieval y aquello que los historiadores han llamado “Época Contemporánea”. Este lento proceso tendrá como consecuencia el fin del poder del señor y la victoria del soberano, sentándose  las bases  del Estado moderno.  Época crítica pero también efervescente, similar a la adolescencia humana de “Fuerzas viejas que mueren, fuerzas viejas que se renuevan, fuerzas totalmente nuevas, aunque gran parte de éstas llegarán más o menos rápidamente, al anquilosamiento. En estos elementos, que se afirman en el largo estancamiento de los años 1380-1480,  aproximadamente, tendrá su origen el gran impulso del siglo XVI.(Arnold)

 “Transición”, que abarca al Antiguo Régimen  y que implica cambios y permanencias: cambios que vaticinaron el arribo de estructuras  que perduran hasta nuestros días, sin embargo, no todo fue cambio, también hubo aspectos del mundo medieval que permanecieron iguales, aunque a veces algo afectados por las transformaciones modernas.  Para facilitar el análisis sobre los aspectos político, económico, social, y mental, dividiremos su estudio, aunque debemos recordar que estos aspectos se encuentran relacionados entre sí unos con otros, y fueron, a su vez, generados en forma simultanea.
FEUDALISMO                 FRAGMENTACION del poder político                                              

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 MONARQUÍA ABSOLUTA              CENTRALIZACIÓN  del poder político

El poder Político y su centralización

  
"Existe /la monarquía absoluta/ cuando el Rey, encarnado en el ideal nacional, posee, además de hecho y derecho, los atributos de la soberanía: poder hacer las leyes, administrar la justicia, percibir impuestos, tener ejército permanente, nombrar funcionarios, hacer juzgar atentados contra el bien público, y en particular, de delegar jurisdicciones de excepción cuando lo considere conveniente"(Mousnier, R. "El siglo XVlll" en Crouzet, M. "Historia General de las Civilizaciones", tomo Vl, Ed. Destino, Barcelona, 1961, p. 103)

"El absolutismo fue esencialmente eso: un aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal destinado a mantener a las masas campesinas en su posición social tradicional (...)El Estado absolutista nunca fue un árbitro entre la aristocracia y la burguesía ni, mucho menos, un instrumento de la naciente burguesía contra la aristocracia: fue el nuevo caparazón político de una nobleza amenazada” (Anderson, P. “El Estado Absolutista”. Editorial Siglo XXI S.A., Madrid, 1996. p. 12).

Durante la transición de la Edad Media a la Época Moderna, en Inglaterra, Francia, el Sacro Imperio, Castilla y Aragón entre otros, el rey -soberano cristiano consagrado por la Iglesia-, se fue convirtiendo en la cabeza de una larga cadena de relaciones de vasallaje, dentro del complejo marco del régimen señorial, y en el símbolo popular de la justicia. El monarca acumuló progresivamente amplios poderes, reforzando así su autoridad. Es en este sentido que puede afirmarse la existencia de un proceso de centralización política que dio nacimiento, por un lado,  al Estado Moderno, y a partir de éste, a una forma de gobierno centralizada en la figura real: el Absolutismo.

El  absolutismo, término que procede del latín absolutus («acabado», «perfecto»), fue el principal modelo de gobierno en Europa durante la Época Moderna, caracterizado por la teórica concentración de todo el poder del Estado en manos del monarca gobernante. La implantación del absolutismo representó un cambio sustancial en la concepción sobre la dependencia de las autoridades intermedias entre el súbdito y el Estado, situación que comportó la creación de una burocracia eficaz, un ejército permanente y una hacienda centralizada. Se inició en los siglos XIV y XV, alcanzó la plenitud entre los siglos XVI y XVII, y declinó entre formas extremas e intentos reformistas a lo largo del siglo XVIII.
Ningún monarca absoluto trató de atribuirse la exclusividad o monopolio del poder, sino la soberanía del mismo. El Poder absoluto, durante la época moderna, fue básicamente poder incontrolado, poder no sometido a límites jurídicos institucionalizados. El poder absoluto debe entenderse, por una parte, como un poder soberano o superior, no exclusivo; es decir, presupuso y asumió la existencia de otros poderes: señorial, asambleas estamentales o cortes, municipios, etc., respecto a los cuales se consideró preeminente y, por otra parte, como un poder desvinculado de controles o límites institucionales. 


“La lucha del Estado moderno es una larga y sangrienta lucha por la unidad del poder. Esta unidad es el resultado de un proceso a la vez de liberación y unificación:  de liberación en su enfrentamiento con una autoridad de tendencia universal que por ser de orden espiritual se proclama superior a cualquier poder civil, y de unificación en su enfrentamiento con instituciones menores, asociaciones, corporaciones, ciudades, que constituyen en la sociedad medieval un peligro permanente de anarquía. Como consecuencia de estos dos procesos, la formación del Estado Moderno viene a coincidir con el reconocimiento y con la consolidación de la supremacía absoluta del poder político sobre cualquier otro poder humano. Esta supremacía absoluta recibe el nombre de soberanía. Y significa, hacia el exterior, en relación con el proceso liberación, independencia; y hacia el interior, en relación con el proceso de unificación, superioridad del poder estatal sobre cualquier otro centro de poder existente en un territorio determinado. De este modo, a la lucha  que el Estado moderno ha librado en dos frentes viene a corresponderle la doble atribución de su poder soberano, que es originario, en el sentido de que no depende de ningún otro poder superior, e indivisible, en el sentido de que no se puede  otorgar en participación a ningún poder inferior”. (Norberto Bobbio, “Thomas Hobbes”, F.C.U., México, 1992, p. 71)

Guerra, crisis económica, fractura cultural y política en un escenario marcaron el tránsito hacia el siglo XVI. De la necesidad imperiosa por conseguir la paz en los diferentes reinos europeos, se derivaron dos repercusiones principales en el terreno político. Por una parte, los dos poderes tradicionales de la cristiandad medieval, el papado y el imperio, recuperaron, si no su anterior prestigio, sí su unidad. Por otra parte, a pesar de la gran variedad de formas institucionales de poder las monarquías feudales del medioevo salieron fortalecidas de una situación de crisis en la que habían conseguido erigirse lentamente en representantes de grupos nacionales, mucho más que de clientelas o huestes. 
Para lograr esto, el rey debía enfrentarse viarias “resistencias”. La primera de ellas la constituyó la fortaleza de una nobleza sumamente poderosa, pero tambaleante ante el marco de una economía  en plena transformación.
El historiador Roland Mousnier ha definido al monarca absoluto como un gran "conciliador", un árbitro neutral para dirimir los conflictos sociales enmarcados dentro del pujante desarrollo económico (burguesía vs nobleza), cuya concentración de poder resultaba necesaria como salvadora y conservadora del orden y la unidad del Reino -de ahí que el Rey sea su más ferviente símbolo. Fue mediante este “papel intermediario” que a través de sus alianzas con la clase burguesa, logró consolidar su poder, y mediante alianzas con la clase noble, logró perpetuar el lazo de  clientela que le permita rodearse de una especie de "séquito fiel".

Sin embargo, bajo la perspectiva de otro historiador, Perry Anderson, si bien garantizar sus intereses, en el marco del afianzamiento del poder personal del rey, fue un equilibrio permanentemente buscado a lo largo de la trayectoria política de todas las monarquías absolutas, éstas nunca fueron árbitros independientes de la sociedad que se iba a dirigir, sino representantes ilustres y garantes eficaces de la perpetuación del poder y hegemonía social de las noblezas, tanto si provenían de los señoríos de antigua estirpe, como de los fieles titulados de nuevo cuño. Fue para ellas para quienes se construyó el costoso aparato cortesano y el imponente mundo palaciego.
Al mismo tiempo que la aristocracia se reacomodaba como forma de mantener su poderío frente a las masas rurales, se vio obligada a adaptarse frente a un nuevo antagonista: la burguesía mercantil, la cual se había desarrollado en las ciudades medievales y habían contribuido a superar la larga crisis gracias a la combinación de nuevos factores de producción en el que jugaron un papel fundamental los avances tecnológicos.
Cuando los Estados absolutistas quedaron constituidos en Occidente, su estructura estaba determinada fundamentalmente por el reagrupamiento feudal contra el campesinado, tras la disolución de la servidumbre; pero estaba sobredeterminada secundariamente por el auge de la burguesía urbana que, tras una serie de avances técnicos y comerciales, estaba desarrollando las manufacturas preindustriales en un volumen considerable.
La segunda de las resistencias se concentraba en arrancar protagonismo a los órganos representativos del reino (cortes, parlamentos, dietas, etc.), todo ello sin intentar suprimirlos, ni atentar contra sus derechos; solamente evitando y espaciando su ritmo de convocatoria y haciendo que, progresivamente, perdieran su papel tradicional para ratificar cualquier petición de subsidio de guerra o impuesto público.
La tercera resistencia consistió en extender los tentáculos del poder real al gobierno de ciudades, villas y corporaciones, siempre tan celosas de sus privilegios y autonomía. Esto sólo pudo conseguirse a través del desarrollo de una política de concesión de honores que permitió al soberano inmiscuirse por muy diversas vías en las elecciones de cargos destinados a regir las diversas facetas de la administración municipal.
En idéntica línea, se diluyó el último gran escollo: controlar al menos terrenalmente los poderes de la Iglesia. La profunda fractura religiosa de mediados del siglo XVI, ligada a la Reforma protestante y la posterior Contrarreforma católica, comportó, entre muchas otras repercusiones, un proceso de reafirmación de las iglesias nacionales, cada vez más alejadas de la omnipresente centralización del papado romano. En este marco, se hizo evidente la preocupación de los monarcas por vigilar e intervenir en la elección de los altos ministerios eclesiásticos que habían de ejercer un papel relevante en la justificación pública de la autoridad real y de su actuación política, en la paz y en la guerra.
Estas dificultades hicieron el proceso mucho ma lento y no siempre exitoso, ya que las luchas contra estas resistencias marcó parte de la historia de la consolidación de la autoridad de las monar­quías absolutas europeas, a lo largo de los siglos en que ocuparon el escenario del poder.

El Estado se organiza 

Junto con la preocupación de que un país rico contribuía a la «gloria del rey» (desarrollo del mercantilismo), era precisa una renovada organización de la política interior y exterior. Tres fueron los elementos principales. El primero, la necesidad de contar con técnicos de gestión pública y así, se formó la burocracia estatal encargada de ejecutar las decisiones del soberano y sus consejos en todos los ámbitos de la administración del reino. Estos funcionarios surgieron desde muy diversas procedencias, ya que los cargos públicos fueron una importante vía de ascenso social para la baja nobleza y algunos burgueses, llegando incluso a la compra y venta de oficios, también denominada venalidad (fenómeno típicamente francés) y dio origen a la denominada «nobleza de toga».
Su tarea desarrolló una actuación acorde con los intereses de los grupos tradicionalmente privilegiados: aristocracia y nobleza anti­gua, que eran los únicos autorizados a intervenir en los consejos privados de asesoría al monarca, auténticas sedes de poder y de decisión en los asuntos de estado.
El segundo de los instrumentos fue la construcción de la hacienda pública, fundamento imprescindible para cualquier actuación política. El rey tendió a acaparar el derecho a imponer nuevas contribuciones que se superpusieron a las tradicionalmente exigidas en el marco de municipios y señoríos. Una fiscalidad tan repentinamente acrecentada, en un marco de dificultades económicas y conflictos políticos como fue la Europa del siglo XVII, comportó un progresivo malestar, tanto en burgueses y ciudadanos, como en las clases populares, campesinos en su mayoría, que encabezaron revueltas y motines contra un fisco arbitrario, gravoso y desmesurado que acabó convirtiéndose en una nueva forma de renta feudal, en este caso, centralizada.
El último de los instrumentos fue la instauración de un ejército profesional, desligado del concepto de hueste feudal, financiado a través de las recaudaciones de la hacienda pública en formación y ocupado, principalmente, en la defensa de las fronteras territoriales del reino y el sometimiento de revueltas populares.

Límites del poder absoluto

El rasgo central del Estado Absolutista es la concentración de todo el poder en el rey sin control o límites de cualquier tipo, las condiciones de la época así como algunos elementos remanentes la Edad Media, determinaron que en los hechos el poder de los reyes absolutos tuviese ciertos límites, sin perjuicio de que ninguna institución o persona pudiera ejercer control sobre ellos.
Estos límites son:
1.       La Ley Divina Cristiana: el Rey, al igual que todos los cristianos está sometido a los 10 Mandamientos.
2.       Las Leyes del Derecho de Gentes: son aquellas disposiciones que derivan de tradiciones antiguas, determinan cosas como la herencia, el mayorazgo, etc. Aquellas que se vinculan al ejercicio directo del gobierno, fueron desplazadas por los monarcas en el proceso de consolidación del absolutismo (tal el caso del recurso a cortes o parlamentos para la definición de ciertas medidas, en Francia, por ejemplo, los Estados Generales dejaron de ser citados en 1614, y solo volvieron a sesionar en 1789).
3.       Las leyes fundamentales del Reino: un conjunto de normas relativas al fundamento del Estado. Sus elementos básicos son:
·         Noción de continuidad del Estado. El Estado es independiente de los reyes; si muere el rey para a su sucesor.
·         Ley de sucesión.
·         El principio de legitimidad. El rey no podía modificar la ley de sucesión.
·         Si el rey es menor o incapaz, puede ser asistido por un regente.
·         El principio de religión. La corona debía titularla un príncipe católico (a partir de la Reforma, los reinos protestantes aplicaron este principio).
4.       El escaso número de funcionarios: aunque los regímenes absolutos se apoyaban en una burocracia numerosa y eficiente, comparados con cualquier Estado actual el número de funcionarios era mínimo, y completamente insuficiente para que las determinaciones del monarca se cumplieran efectivamente.
5.       Las limitaciones del sistema de caminos: en la Época Moderna los caminos transitables, los puentes y los canales eran muy escasos, la velocidad de comunicación era la del galope del caballo, por ello las disposiciones del rey demoraban en llegar a destino, incluso muchas veces lo hacían cuando ya eran inaplicables. En el caso del sistema colonial, se aplicaba muchas veces la fórmula “se acata pero no se cumple” para aquellas disposiciones cuya aplicación no era pertinente en las colonias.
6.       La persistencia de aduanas internas y derechos señoriales: como remanente de la dispersión del poder en la época feudal y el proceso de unificación de los Estados todavía inconcluso, persistían algunas aduanas internas. Del mismo modo, algunos nobles conservaban privilegios especiales como herencia de la época feudal.

Evolución del Sistema Capitalista


Sistema económico basado en la propiedad privada de los capitales y de los medios de producción ( máquinas, fábricas, etc.), la búsqueda de ganancia, y la economía de mercado.” (Citado por Sabelli, M. “Los conceptos y el Vocabulario en la enseñanza de la Historia Montevideo EBO, 1991).

"sistema social donde el capital está en manos de personas privadas y donde el trabajo se lleva a cabo  no como un deber de costumbre o bajo coacción, sino por la recompensa material que recibe el trabajador: el salario. (...) supone la existencia de personas libres que realizan intercambios sin coerción, siguiendo sus propios intereses. Es por ello esencial al sistema la existencia de un mercado libre, donde los miembros de la sociedad puedan realizar sus intercambios, y de un ordenamiento jurídico que garantice ciertas libertades civiles y políticas indispensables para su funcionamiento." (Diccionario de Economía, Carlos Sabino)
Economía: conjunto de actividades de los hombres dirigidas a producir bienes y riqueza para vivir. Incluye: 1. las actividades primarias (productoras de materias primas): agricultura, ganadería, minería, pesca, caza, forestación.  2. las actividades secundarias (transforman la materia prima en un producto elaborado): artesanía, manufactura, industria.  3. las actividades terciarias (ofrecen un servicio): comercio, finanzas, servicio de comunicación, transporte, luz, agua, etc.

En Europa a finales de los siglo XIII y durante el XIV llegan transformaciones que pautaron los primeros síntomas de lo que se conoce como primer capitalismo o capitalismo comercial. Lo que denominamos “Edad Moderna” viene prácticamente a coincidir con el desarrollo de este último.
El proceso de su formación se intensificó en el siglo XV, cuando confluyeron y se combinaron armónicamente factores tan poderosos como la tendencia de las Monarquías autoritarias a intervenir en las economías nacionales, el espíritu de empresa de los individuos, el deseo de conquista y de lucro y la racionalización de la producción y de los negocios.
No obstante, la transición del feudalismo al capitalismo constituye, hasta el momento,  ha protagonizado amplias polémicas historiográficas respecto a las causas fundamentales de dicha transición. Algunos autores, como P. Sweezy,  sostienen la importancia del desarrollo comercial como un poderoso disolvente de las relaciones feudales, al potenciar la economía monetaria y el mundo urbano sobre el rural. Otros, como M. Dobb o R. Milton, hacen hincapié en las propias contradicciones internas del feudalismo: la lucha de clases entre campesinos y propietarios feudales, agudizada a partir de la crisis del siglo XIV. Esta postura minimiza el impacto del gran comercio medieval sobre la economía feudal, reduciéndolo a una actividad que buscaba exclusivamente satisfacer la demanda de productos de lujo de las clases aristocráticas, sin influir apenas sobre la organización económica.

En cualquier caso, el papel de los intercambios en la economía europea de comienzos de la Edad Moderna es innegable. Las posibilidades de enriquecimiento que deparaba el comercio impulsó la actividad mercantil, que se fue perfeccionando mediante nuevas técnicas e instrumentos.
Igualmente, la transformación de la economía medieval fue posible gracias a la acumulación de capitales procedentes de rentas rústicas y urbanas, a la recaudación y administración racional de los impuestos estatales y a la explotación de las minas de plata de Europa central, que aumentaron con rapidez la riqueza pública, la circulación monetaria y la demanda.

La necesidad de dinero como medio de pago estimuló, al mismo tiempo, la búsqueda de fuentes de aprovisionamiento de metales preciosos. En efecto, el capitalismo inicial se caracterizó por constituir una economía monetaria, en la que los intercambios jugaban un papel primordial. Ello lo alejaba del modelo feudal, de base exclusivamente agraria, tipo de economía basado en la autosuficiencia y en el que el comercio jugaba un papel muy limitado. Según algunos autores, en el plano social y mental el capitalismo vendría también caracterizado por la aparición de una clase social capitalista, la burguesía, que aplicaría actitudes y técnicas de racionalización al afán sin límites de ganancias.

A todos esos factores de expansión de la economía europea se unieron, desde comienzos del siglo XVI, los grandes descubrimientos geográficos auspiciados por los nuevos Estados, el crecimiento de los mercados, la ampliación de las fuentes de materias primas y la renovación de las técnicas de organización empresarial, de producción y de financiación, que no hicieron más que acelerar el proceso de formación del capitalismo inicial. Fue en este sentido que el capitalismo comercial dio lugar, por vez primera, a la aparición de una economía-mundo, en la cual los papeles quedaron claramente distribuidos bajo la denominada “dinámica colonial”: mientras el centro liberaba recursos para la industria y el comercio y evolucionaba hacia relaciones laborales formalmente libres, en las colonias se explotaba el trabajo indígena o se reclutaba mano de obra esclava. En Europa centro-oriental, se produjo  un nuevo reforzamiento del feudalismo,  ese fue el puesto que le tocó desempeñar en el nuevo sistema mundial (I. Wallerstein). El capitalismo inicial, por tanto, vehiculizo en su provecho sistemas periféricos de economía esclavista y feudal.

El desarrollo comercial no implicó un cambio total en muchas de las estructuras de la vida económica que aun tenia permanencias medievales, durante la Época Moderna, Europa siguió siendo substancialmente agraria y rural;  a comienzos de la Edad Moderna la agricultura constituía la principal fuente de producción económica y el sector mayoritario de ocupación de la población activa europea, seguido a gran distancia por la industria y el comercio. Estos últimos serían a la larga los agentes de un proceso profundo de transformación que movería los cimientos sobre los que se asentaba la organización económica del continente.

Mientras  la Europa preindustrial continuó siendo un continente predominantemente rural  las técnicas agrícolas, conservaron  las mismas características que el período anterior. Las técnicas agrarias experimentaron un escaso grado de evolución e innovación.  La necesidad de regenerar la capacidad productiva de la tierra para garantizar la continuidad de las cosechas se resolvía de forma simple mediante  soluciones elementales: sistemas de rotación,  barbecho, estiércol de origen animal (abono), etc.  Se verificó entonces la llamada ley de rendimientos decrecientes, según la cual la tierra producía cada vez menos, aun a costa de invertir cada vez más trabajo en beneficiarla. El reducido horizonte técnico de la agricultura del Antiguo Régimen condenaba a esta actividad a una casi absoluta dependencia respecto a las alternativas caprichosas de la meteorología, dando lugar a períodos de carestía y hambrunas.

Como contrapartida, la actividad industrial atravesó a comienzos del período moderno una fase de desarrollo, paralelo al relativo crecimiento del sector agrícola y al desarrollo mercantil. La evolución de la industria se benefició de un conjunto de estímulos derivados, en gran parte, de las condiciones generales de la coyuntura económica. Pero, a su vez,  los altos precios y la pobreza de la mayor parte de la población (sectores populares), implicaron un mercado de colocación de los productos industriales muy reducido: sector urbano de clase alta pudiente: Por otra parte, la persistencia medieval de la estructura gremial en la organización de las actividades industriales, basada en el trabajo artesanal y en el privilegio corporativo, obstaculizó el desarrollo productivo y de intercambio.  A todo esto debe sumársele los problemas de distribución que generaba la insuficiencia e inadecuación de los transportes, que encarecían los productos en los mercados finales e impedían en gran medida la articulación de redes de distribución que superasen los estrictos marcos locales.



Junto a este conjunto de dificultades, en la definición del modelo de evolución de la industria del siglo XVI se dieron una serie de importantes estímulos que provocaron la evolución posterior en formas nuevas de producción: el paulatino aumento de la demanda a impulsos del crecimiento demográfico; el incremento de las tasas de urbanización; el desarrollo comercial y financiero; la expansión colonial mediante la cual se crearon nuevos mercados para los productos industriales y  remesas de metales preciosos por intermedio de la Corona castellana que potenciaron la circulación monetaria y el dinamismo del mercado; y por último, el papel jugado por el Estado: consumidor. (demanda estatal, sobre todo industria de guerra o naval),  el proteccionismo ; estabilidad y uniformidad territorial introducido por el Estado frente a la antigua anarquía feudal representó una condición política para el desarrollo económico en general, en el que se incluye el desarrollo industrial.

Paralelamente al inicio de este “capitalismo comercial”,  las políticas de las nacientes Monarquías Nacionales estaban exigiendo, para lograr la mayor concentración de poder y de soberanía posible, sumas cuantiosísimas de dinero, es decir, recursos financieros para mantener ejércitos permanentes y burocracias, que no procedían de ingresos por impuestos, sino de empréstitos de particulares.  Nacen de esta manera desde finales del siglo XV - aunque lentamente- las economías nacionales vinculadas al poder de las Monarquías autoritarias. Como consecuencia de ello, la actitud del poder político frente a los problemas económicos tenderá a ser cada vez más proteccionista, reglamentista e intervencionista. O dicho de otra manera, la política no tuvo en adelante más objetivo que asegurar la supervivencia, el engrandecimiento y la prosperidad del Estado con relación a los demás Estados soberanos.  En una economía monetaria en desarrollo, el dinero se hizo cada vez más indiscutible como medio de poder: permitía levantar y mantener ejércitos, financiar guerras, sostener complejas burocracias y, en definitiva, costear ambiciosos programas de gobierno.

De este modo surge en la Inglaterra de Enrique Vlll, en la Francia de Luis Xll y de Francisco l y en la Castilla de los Reyes Católicos un conjunto de prácticas y de medidas económicas estatales encaminadas a fortalecer la soberanía nacional, denominadas historiográficamente "mercantilismo".

En realidad, las teorías que se formularon desde el siglo XVI ,  aunque sirvieron para elaborar las primeras políticas económicas de las Monarquías autoritarias, nunca constituyeron un cuerpo de doctrina que hiciera posible hablar de mercantilismo como tal. Existieron, eso sí, teóricos de muy diverso y, a veces, controvertido pensamiento que se preguntaron unánimemente de qué manera se podría enriquecer a las Monarquías o a los países y que explicaron durante decenios la conducta de los estadistas y les sirvieron de fundamento.

La historiografía del siglo pasado interpretó de manera simplificada el pensamiento de los tratadistas economistas de los siglos XVI y XVII,  consideró que aquéllos partían de una idea básica: la administración y la gestión de las finanzas públicas es similar en su funcionamiento y en su finalidad a la de un patrimonio privado, estimando que ningún Estado podía enriquecerse si no vendía a otro Estado más de lo que le compraba y que sólo una balanza comercial favorable podía impulsar la entrada en el país de metales preciosos, prueba irrefutable del enriquecimiento nacional. Finalmente, se interpretaba que, desde el punto de vista de las técnicas y prácticas económicas, estos tratadistas mercantilistas recomendaban a los Estados, para conseguir tales fines, un sistema de primas a la exportación y de altos obstáculos arancelarios a la importación, así como medidas de control de los movimientos monetarios. Sin embargo, sería inexacto reducir el pensamiento de los llamados mercantilistas a las cuestiones relativas al funcionamiento de una economía estatal. Además de tratar esos problemas, el pensamiento económico de los siglos XVI y XVII se ocupó también de examinar la naturaleza de la propiedad privada, las cargas impositivas, el socorro o la asistencia de los pobres, los transportes, el trabajo, la población, el precio del dinero, la usura y la banca, etc.

La lenta tarea de articular los estados modernos obligó a los monarcas absolutos a definir una política económica de Estado que superara la ineficaz atomización feudal. La conquista de los imperios transoceánicos, iniciada por Portugal y España  y seguida de inmediato por los Países Bajos, In­glaterra y Francia, obligó a centralizar esfuerzos y a coordinar acciones para aprovechar tan grandes riquezas, utilizando para ello un principio novedoso: la riqueza de un reino reside en sus reservas de metales preciosos, oro y plata. Para aumentarlas, era preciso conseguir una balanza de pagos favorable: es decir, vender mucho y comprar poco. Alcanzar tales metas conllevó una actuación en un triple frente: primero, industrialismo o potenciación de la producción del país, incluso a través del intervencionismo directo del Estado en la actividad manufacturera; segundo, proteccionismo contra la concurrencia extranjera en las cada vez más complejas redes del mercado; y tercero, nacionalismo para garantizar que los intereses particulares, tanto de empresarios y comerciantes, como de las diversas corporaciones locales, se fundieran, fueran solidarios, con los de la política estatal. Así, el mercantilismo económico, teorizado principalmente por Jean Baptiste Colbert, intendente de hacienda de Luis XIV reclamó una política de autoridad y seguridad y se convirtió en un poderoso agente de unificación nacional. Con todo, esta pretendida unidad de acción encontró uno de sus límites en el lento proceso de articulación de las cada vez más potentes burguesías de negocios que, ya desde finales del siglo XVII, hicieron prevalecer sus intereses y se opusieron al lastre del intervencionismo estatal.

 

Principales características del mercantilismo

·         Orientación nacionalista. El fomento de la economía nacional y la defensa de los intereses propios subyace en todo programa de política mercantilista. Los Estados intentaban promover el crecimiento material de sus súbditos como condición indispensable de su propio poder.
·         Política económica proteccionista e intervencionista, pues se entendía que era la propia acción del poder político, ejercida mediante leyes y prohibiciones, el más eficaz medio de conseguir los objetivos trazados. Tal intervencionismo, lejos de estorbar los intereses de la incipiente burguesía mercantil constituyó en realidad una práctica favorable para sus negocios en esta fase inicial de desarrollo del capitalismo, al permitirle disfrutar de condiciones ventajosas derivadas de la protección estatal.
·         Metalismo". Según ello, la mentalidad económica de la época procedería a una vulgar identificación entre riqueza y posesión de metal precioso. Se orientaría la acción económica del Estado: enriquecer al príncipe logrando atraer hacia sus arcas la mayor cantidad posible de oro y de plata. Y, dado que la cantidad de metal precioso existente era finita, la disputa con el resto de los países por asegurar la posesión de la mayor parte se hacía inevitable. Algunos tratadistas de la época percibieron con claridad que el dinero no constituía sino una mercancía más, cuyo valor está sujeto al volumen de su oferta. Poco a poco se llegó al pleno convencimiento de que la verdadera riqueza radicaba en los bienes producidos y no en el metal poseído.
·         El mercantilismo evolucionó, pues, hacia doctrinas productivistas. El comercio se consideraba la forma más eficaz de promover la riqueza de la nación. La política económica mercantilista se orientó, en este sentido, a garantizar una balanza de pagos favorable para la economía nacional mediante la promulgación de medidas legales de carácter proteccionista. Las leyes aduaneras desempeñaban un importante papel como medio de conseguir este objetivo. De lo que se trataba, en definitiva, era de favorecer la exportación de mercancías manufacturadas producidas en el propio país y de impedir la importación de las producidas en países extranjeros. Exportar más que importar era una regla de oro. A su vez, había que impedir la salida de las materias primas nacionales y favorecer la importación de las extranjeras. A tal objetivo se consagraban prohibiciones y medidas legales de carácter aduanero.
·         Posiciones poblacionistas. Una población abundante constituía un potencial productivo y una forma de riqueza para la nación y de poder para el Estado. El pensamiento y la política mercantilistas se orientaron hacia la postura de favorecer el crecimiento poblacional y la inmigración de elementos productivos.
Colonialismo. El comercio ventajoso alcanzaba sus mayores posibilidades mediante el control efectivo de áreas coloniales. Se dibujaban así las bases del pacto colonial: las colonias se constituían en proveedoras de materias primas para la metrópoli, al tiempo que en mercados para la producción manufacturera de ésta.


El entramado social: sus cambios y permanencias.


La sociedad moderna siguió siendo, como la medieval, una sociedad estamental; es decir, compuesta por estamentos sociales (nobleza, clero y tercer estado), que se caracterizan por no tener posibilidad de movilidad social (ascenso o descenso) entre ellos (movilidad vertical). En buena parte de Europa occidental sobrevivió, más o menos suavizado, el régimen señorial. En la Europa centro-oriental, en cambio, pervivió un verdadero feudalismo, que condenó a los campesinos a duras condiciones de trabajo y existencia. El campesinado era jurídicamente libre, la fiscalidad real, señorial y eclesiástica que soportaba impidio cualquier posibilidad de inversión en mejoras de la producción y le restaba estímulos. Un campesino, después de un año de duro trabajo de sol a sol, podía esperar recoger cuatro o cinco veces lo sembrado, si el tiempo había sido bueno. De esto, la cuarta o la quinta parte debía reservarla para resembrar. Otra décima parte se la llevaban los recaudadores del diezmo eclesiástico. El campesino tenía además que pagar los impuestos reales, como también los señoriales si vivía en territorio de señorío. Con lo que le quedaba debía a menudo hacer frente a deudas y, además, sobrevivir él y su familia. En el caso de los ricos terratenientes, las rentas agrarias tampoco eran reinvertidas en mejorar la producción. Su posición les permitía disfrutar de un lujoso nivel de vida, basado en la explotación del trabajo campesino, sin necesidad de preocuparse excesivamente de otra cosa más que de recibir y dilapidar los beneficios.
Pero las transformaciones económicas en crecimiento desde la Baja Edad Media, permitieron  un proceso de flexibilización por el cual  el rígido orden estático medieval, “aflojó” sus fronteras entre los diversos estratos sociales e implementó ciertas movilidades. Un factor determinante en esta flexibilización fue la aparición de un nuevo grupo social que ni trabajaba, ni rezaba, ni guerreaba, sino que por el contrario, se dedicaba a las nueva actividades en auge: el comercio, las finanzas, las empresas marítimas, etc… Eran los burgueses.
La burguesía fue un claro ejemplo de que la sociedad medieval y estamentaria comenzaba un proceso de transición a la sociedad de clases que se consolidaría con el advenimiento de la Revolución Industrial a fines del siglo XVIII. Parte de la burguesía, lo que podríamos llamar “sectores bajos”, conformó el Tercer Estado, pero otra burguesía, “la alta”, en la cual encontramos a grandes banqueros, financistas o comerciantes, lograron ocupar cierta posición social a través del adquisición de títulos nobiliarios mediante compra, matrimonio o gracia. Fue así como a través de su fortuna  en dinero, en economías cada vez más monetarias hicieron que estos sectores fueran obteniendo poder y prestigio. De ser condenados por usureros y pecadores se ennoblecieron e imitaron la vida de aquellos que, aunque solo poseían tierras más no dinero, hacían uso de su sangre y linaje para seguir perteneciendo al de los privilegiados.

La sociedad Medieval estaba integrada por los llamados : “bellatore” , “los oratore” y “los lavoratore” durante la Época Moderna estos grupos sociales fueron nombrados de otra manera Nobleza, Clero y Tercer Estado

Los Privilegiados: NOBLEZA Y CLERO
La nobleza Eran unas 30.000 familias que poseían el 30% de las tierras. A sus privilegios honoríficos sumaban numerosos beneficios, tales como la exoneración de impuestos, cobro de derechos feudales sobre los campesinos, ventajas judiciales (tribunales propios), etc.
El Clero Poseía el 10% de las tierras de la nación, lo que significaba una gran riqueza. Además de los derechos feudales que abonaban los ocupantes de esas tierras, percibía el diezmo, impuesto que debían pagar los agricultores. Estas rentas eran destinadas al sostenimiento de parroquias, escuelas, instituciones de beneficencia, etc
Los No Privilegiados:
La Burguesía Estaba constituida por profesionales y comerciantes enriquecidos que, conscientes de su importancia, reclamaban reformas radicales en el régimen a fin de destruir los privilegios de la nobleza. De esta clase, en la que militaban filósofos y economistas representantes de las nuevas ideas, surgieron los principales elementos de la Revolución. A él pertenecía la mayor parte de la población (24 millones) y podían distinguirse tres clases: la burguesía, los obreros y los campesinos.
Campesinos y Artesanos Soportaban las mayores cargas y, aunque muchos eran propietarios de sus tierras, se hallaban agobiados por los impuestos que les absorbían las cuatro quintas parte de su trabajo.


BASES FILOSOFICAS DEL ABSOLUTISMO


Los intelectuales de la época cuestionaron  el conocimiento filosófico heredado del periodo medieval, basada en los principios aristotélico-cristianos. Los hombres  intentaban dejar  que las respuestas acerca de la sociedad, la política, la ciencia  el Estado que puedan ser explicadas por medio de la razón, y no de la fe. El “orden natural” de la edad media  donde todas las cosas tienen  su lugar giran alrededor de dios es una  explicación que no satisface ya a hombres como Bacón, Descartes o Newton que centran sus respuestas en las matemáticas  para explicar los fenómenos a través de experimentos  tangibles. Hay pues un punto de inflexión  en las interpretaciones del universo y la vida.


Maquiavelo (1469-1527).

Presenció el desmoronamiento del sistema político medieval. El Papado se había convertido en un reino más y España presentaba los caracteres (solidez, unidad y organización) de un estado moderno. Las actitudes de Maquiavelo serán más científicas que las de sus predecesores. Deja de lado las motivaciones morales, y llega a relegar sus propios ideales. Su obra se interesa saber cómo se consiguen  o se pierden las cosas. Pude afirmarse que es el fundador de la ciencia política moderna.El príncipe Es su obra más conocida, Pretende dar normas de acción a los gobernantes. Contiene enseñanzas generales basada en un razonamiento que parte de la experiencia. El príncipe debe poseer unas condiciones especiales para acceder y mantenerse en el poder (virtud y fortuna). Capacidad de utilizar las situaciones. Capacidad de manipularlas de tal manera que sean consideradas como medio y no como fin. (El fin justifica los medios)

El concepto de estado y necesidad de estado.

Maquiavelo es el inventor del concepto de estado en su sentido actual.  La naturaleza del estado gira en torno a la “necesidad”, que hace que actúe según sus propias leyes e intereses. Los estados no conocen ninguna autoridad por encima de él. Creía en la necesidad de dotar a Italia de un soberano fuerte :  es necesario crear “estado nacional” excluyendo a mercenarios y a la nobleza. El gobierno de muchos es más justo que el de unos pocos. El gobierno monárquico sería aceptable en caso de que la corrupción de los muchos requiera un poder superior. En ese caso la monarquía absoluta, sería un mal menor y necesario.

Bossuet: nacido en Dijon (Francia), en 1652 fue sacerdote, después de  ser nombrado obispo, prefirió renunciar a su diócesis para dedicarse a la formación del Delfín, tarea que le ocupó entre 1670 y 1680. Parte de los textos que utilizó para su magisterio fueron elaborados por él mismo, como "Discours sur l´histoire universelle" (1681) o "Politique tirée de l´Ecriture sainte" (1709), una defensa del origen divino de la monarquia absoluta y de la autonomía de la Iglesia francesa (galicanismo). Falleció en 1704, en París.
Teórico de la naturaleza DIVINA del Rey: la monarquía absoluta tiene un carácter SAGRADO  y HEREDITARIO, es de dios de quien deviene el poder del rey. Lla monarquía hereditaria es el mejor gobierno... es el más natural y se perpetúa por sí mismo... Nada de azar. El muerto provee al vivo y el rey no muere jamás... El trono real no es el de un hombre sino de Dios mismo. Los príncipes actúan como ministros de Dios... Dios toma bajo su protección a todos a todos los gobiernos legítimos en cualquier forma que estén establecidos: quien pretenda derribarlos no solo es un enemigo público sino enemigo de Dios." Bossuet: “La política tomada de las palabras de las sagradas escrituras”

Origen de la sociedad y del poder real. Los hombres no se aman a causa del Pecado Original.  Para corregir esta situación y evitar enfrentamientos se necesita un poder fuerte. Esta autoridad se encarna en los reyes porque Dios quiere un reflejo de su poder paternal. Teoría del ejercicio del poder por los reyes. - El rey es sede de toda autoridad y fuente de derecho.  Su monarquía no puede ser compartida porque nadie está a su altura. - La noción de una sociedad como una familia supone la idea de un rey paternal. El rey es sagrado, no puede ser atacado y debe ser obedecido, excepto si manda algo en contra de Dios.  El monarca debe gobernar con justicia, huir de la arbitrariedad y proteger la religión


Thomas Hobbes (1588-1679) es fundamental para entender  este proceso en un  contexto revolucionario : el de la ciencia de los siglos XVI y XVII, sus análisis refleja  la coherencia de un discurso meditado, argumentado y racional;  Es Ingles y filosóficamente esta ubicado entre los utilitaristas, ya sus tesis son mecanicistas  y pesimistas, en la corriente filosófica racionalista-materialista. En  su obra “ El Leviatán”  (1651 ) explica la aparición del derecho y de los distintos tipos de gobierno que son necesarios para la convivencia en la sociedad , justifica la necesidad del Estado (territorio donde los habitantes están sometidos a un mismo gobierno y a las mimas leyes.) como un acuerdo natural entre los poderosos o gobernantes y de un poder político que garantice la continuidad  a través de distintas herramientas, fundamentándolo  entonces en términos de necesidad o utilidad a través de hipótesis no probadas empíricamente –axiomas- que demuestran como el hombre sin Estado  o en “estado de naturaleza” es  un SER EGOÍSTA, que busca solo la autosatisfacción, HOMO, HOMINI, LUPUS “el hombre es el lobo del hombre”, por lo tanto su estado de multitud - “pactum subertoni”-  lo lleva inevitablemente a buscar el pacto –Leviatan-  para no autodestruirse y por  el cual  se llegara a un gobierno que sea capaz de regular sus conductas a través de las leyes,  con esta explicación justifica la existencia de los súbditos. ( solo obedecen) .
En su época  exisitia  una gran división política que enfrentaba  dos grupos: los  defensores de la monarquía absoluta y su  legitimidad venida directamente de Dios, y los Parlamentarios que afirmaban que la soberanía debía estar compartida entre el rey y el pueblo.
Hobbes tuvo  postura imparcial entre ambos bandos decia que la soberanía está en el rey,  pero su poder no provenía de Dios,  como racionalista afirmaba que el  hombre está regido por las leyes del Universo. Aafirmaba que la búsqueda de la felicidad es la meta prioritaria del Hombre durante toda su vida, razón por la cual, los individuos intentan permanentemente CONTROLAR los medios apropiados para llegar a ella. Para explicar la sociedad, Hobbes había propuesto investigar en primer lugar la sustancia del hombre y los problemas del pasado,  pensaba que TODA SOCIEDAD ES ANTERIOR AL ESTADO e implicaba necesariamente ACUERDOS o PACTOS  entre sus miembros;  ellos deben mediante la razón obtener la estabilidad necesaria para garantizar la paz y la propiedad privada. El organismo capaz de garantizarlo es el gobierno ejercido por la monarquía  instrumentadora  o articuladora del poder del soberano; que reside en la persona del rey, quien esta por encima de la ley y por eso ejerce su poder absoluto, consuetudinario, aristocrático y eclesiástico.

                               DOCUMENTO

“ La causa final, fin o designio de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el dominio sobre los demás) al introducir esta restricción sobre sí mismos (en la que los vemos vivir formando Estados) es el cuidado de su propia conservación y, por añadidura, el logro de una vida más armónica, es decir, el deseo de abandonar esa miserable condición de guerra que, tal como hemos manifestado, es consecuencia necesaria de las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la observancia de las leyes de naturaleza.

Las leyes de naturaleza (tales como las de 
justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de haz a otros lo que quieras que otros hagan para ti) son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno. Por consiguiente, a pesar de las leyes de naturaleza (que cada uno observa cuando tiene la voluntad de observarlas, cuando puede hacerlo de modo seguro) si no se ha instituido un poder o no es suficientemente grande para nuestra seguridad, cada uno fiará tan sólo, y podrá hacerlo legalmente, sobre su propia fuerza y maña, para protegerse contra los demás hombres. En todos los lugares en que los hombres han vivido en pequeñas familias, robarse y expoliarse unos a otros ha sido un comercio, y lejos de ser reputado contra la ley de naturaleza, cuanto mayor era el botín obtenido, tanto mayor era el honor. Entonces los hombres no observaban otras leyes que las leyes del honor, que consistían en abstenerse de la crueldad, dejando a los hombres sus vidas e instrumentos de labor. Y así como entonces lo hacían las familias pequeñas, así ahora las ciudades y reinos, que no son sino familias más grandes, ensanchan sus dominios para su propia seguridad, y bajo el pretexto de peligro y temor de invasión, o de la asistencia que puede prestarse a los invasores, justamente se esfuerzan cuanto pueden para someter o debilitar a sus vecinos, mediante la fuerza ostensible y las artes secretas, a falta de otra garantía; y en edades posteriores se recuerdan con honor tales hechos.

No es la conjunción de un pequeño número de hombres lo que da a los Estados esa seguridad, porque cuando se trata de reducidos números, las pequeñas adiciones de una parte o de otra, hacen tan grande la ventaja de la fuerza que son suficientes para acarrear la victoria, y esto da aliento a la invasión. La multitud suficiente para confiar en ella a los efectos de nuestra seguridad no está determinada por un cierto número, sino por comparación con el enemigo que tememos, y es suficiente cuando la superioridad del enemigo no es de una naturaleza tan visible y manifiesta que le determine a intentar el acontecimiento de la guerra”.

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